miércoles, 26 de diciembre de 2007

Ritmico Latir

Dioses en la cama,
con derechos de autor,
y dificultades
de palabras que vuelan
a través de océanos.

Labios concatenados
entre las sabanas
que cubren nuestros
días impecables
de besos y abrazos.

Y el sol se detiene.

Tu voz sobre la mía
repitiendo el pecado
de sentirse bien.

Querer sin saber querer
y sin querer dejar de
querer.

Los silencios atormentan
al olvido
que hemos olvidado.

Intrincadas e infinitas
flores en tus manos
y palabras con sabor
de paraíso.

Dedos entrelazados
en la ideal pantomima
de nosotros dos.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Poema de una sombra

Los itinerarios se esconden
detrás de las caídas
de los párpado
de todas las soledades.

Babel devora las ganas
de seguir caminando,
Las hormigas siguen
unas detrás de otras.

Inmaculada cercanía
de los extremos opuestos
de todas esas realidades
que saben a papel
de colores imaginarios.

Todo se silencia,
todo se observa a si mismo
con la misma preocupación
con se que devora.

Espirales descendentes,
ya no escucho nada,
nada...

domingo, 2 de diciembre de 2007

Concierto para piano

El tiempo apremiaba, cada movimiento de la llave sobre el picaporte se volvía expectante, como si detrás cada uno estuviera guardada una pequeña explosión de placer. Ambos permanecían en silencio. Se disfrutaban en silencio, entre miradas furtivas que buscaban encontrar el mutuo consentimiento. Mas silencio, la puerta se abre y las sombras se escapan. Finalmente el se acerca, ante la inmovilidad de ella. Los dioses se besan en una relampagueante histeria de hormigas por la espalda.

Entran, sonríen, se alejan un poco. Quieren verse, contemplar la magnificencia del otro. Ambos se persiguen por el lugar en nunca lenta sincronía de miradas y movimientos deseosos. Buscan una expectativa delictiva, un placer antes del placer. El movimiento de caderas debajo de esa falda evidencia una pequeña llamada de atención a las manos de el. La obscuridad se veía interrumpida por la luz de los faroles de la calle, una calle ajena a la realidad de dos amantes desesperados por encontrarse. Cada uno siente el aroma del otro, desvaneciéndose y reapareciendo en el aire, como una avispa que los tienta a la locura.

Ella piensa en la ventana. La ventana que les permite la luz de los faroles y el aroma a noche de verano. Una fría noche de verano, para soñar con hadas que hacen que la gente se enamore. Se acerca lentamente a la ventana, asegurándose que el la observe. El la observa, y ve como sus caderas se dibujan debajo de la falda, y como sus pies van despojándose de sus zapatos con la sensual melancolía del inicio gentil de un desnudo posterior. Se detiene frente a la ventana, y mira a través de ella como los transeúntes caminan con sus paradigmas personales, sin estar consientes del deseo que emanaba de ese apartamento. El la observa, despacio. Su mirada recorre la silueta remarcada por las sombras. La tibieza del bajo vientre se empieza a apoderar de el. Camina, lentamente hacia ella, que espera ahí en la ventana a que las estrellas la observen con envidia. Un par de manos tibias la toman por la cintura...

El la sostiene con firmeza. Su cintura se siente cálida, deseosa. Se extiende acariciando esa cintura tan suave, tan hermosa, tan deseada. Ella siente la respiración en el cuello, anticipa el siguiente movimiento con unas cosquillas en las rodillas. El la besa en el cuello, ella acierta el vaticinio. La besa despacio, saboreando el momento, disfrutando de ese aroma que antes era tan esquivo. La siente, cercana, a su merced. Su deseo aumenta, así como su excitación. La besa con mas pasión, y ella siente como esas manos de en su cintura empiezan a moverse con soltura hacia otros rumbos. Siente como con gentileza acaricia sus senos, sin siquiera buscar la piel, solo sobre la blusa que el desea arrancarle de un solo beso. El la acaricia con soltura, la conoce, la sabe suya, se sabe suyo. El deseo los inunda, los impacienta. Ella susurra su nombre en un gesto de complacencia. El desliza su mano derecha hacia abajo. Toca directamente su piel por primera vez. Su mano se desliza como un ladrón dentro de su falda. La piel tersa del bajo vientre, cálida como atardecer de julio. El la siente, siente su excitación y le provoca, con fuerza la atrae con su mano derecha, haciendo que sus caderas se unan. Ella puede sentirlo, puede sentir cuanto ha crecido su excitación, y le provoca buscar con las manos un objeto del deseo. Pero no puede, el no lo permite, la tiene junto a el. Su mano busca complacerla, estremecerla. Ella con los ojos cerrados siente como el deseo se apodera de ella, desde su monte de Venus hasta sus senos, conectando las firmes manos de el en una línea sexual de placer. El disfruta, ella goza las manos ávidas de movimiento.

Del otro lado de la ventana la gente no sabia siquiera que era lo que sucedía entre los dos amantes. Pocos notaban a la pareja en la ventana observar los transeúntes, y ninguno de esos lograba adivinar que eran mas quedos enamorados contemplando la noche. La sensación de ser observados pero sin ser descubiertos. El sentimiento de la complicidad de dos cuerpos que palpitan en deseo uno del otro.

El siente como el cuerpo de ella se estremece a cada segundo. Los pequeños gemidos de placer agudo se dejan oír solo para sus idos. Ella siente que el cielo esta en sus dedos, el cielo en los dedos. La sensación de intimidad y el olor a deseo les hacen temblar las rodillas, les convierten las mariposas del estomago en halcones peregrinos.

Ella se voltea y lo besa con pasión, con deseo, con ganas de no dejar nunca sus labios gruesos con sabor sandía. El la siente tremulante lasciva, con la maravillosa idea del sexo. Se besan con pasión, como dos amantes que se encuentran después de dos años de ausencias, dos años de amarse entre océanos. Ella lo separa gentilmente, pone su mano sobre su pecho. El se deja llevar hacia atrás, observando como sus ojos pícaros le piden que la quiera por toda la eternidad. Ella se aleja, se pierde entre las sombras del apartamento. El la persigue, la busca entre las líneas luminosas. La luz de los faroles entra buscando las formas sensuales de dos cuerpos en sincronía erótica.

El la ve, en la puerta de la recámara, observándolo con impaciencia. El cuerpo de el se estremece con la sensación y la anticipación del momento. Ella se voltea lentamente, esperando el la persiga. Busca no saber que es lo que el hace cuando le da la espalda. Y empieza lentamente a quitarse la blusa en un acto casi relejo de provocación. El hace lo mismo sin ser visto por ella, mientras camina lentamente hacia la recámara. Se van despojando de sus ropas, como si se tratara de una danza. Cada uno a su modo, cada uno a su ritmo, como dos manos sobre un piano tocando la Sonata de Luz de Luna en un concierto para dos enamorados. Se observan en ropa interior, adivinando las formas de la piel que el pudor esconde.

Se besan, aun de pie, iluminados por las escurridizas luces que los buscan desde afuera. Se besan como si lo hicieran por varias eternidades. El la despoja lentamente de lo ultimo que le queda de ropa, disfruta el momento. Va besando cada centímetro de piel que descubre debajo de la ropa interior con aroma a placer. La besa, despacio, sin excederse, es dueño de si mismo de nuevo, se controla. Las descubre desnuda, renaciente, palpitante de excitación, con la mirada lujuriosa que le derrite el corazón. Se ven rente a frente, y ella decide despojarlo de el bóxer que lleva puesto. Sin dejar deberlo a los ojos, con esa mirada asesina que devora ciudades. El tiembla en sus manos. Ella se levanta asegurándose de que sienta todo su cuerpo subiendo a través de su piel desnuda. Desnudos, se besan, sintiéndose en el esplendor de la mutua intimidad. Intimidad sublime que los deja conocerse en secreto.

El la empuja para que caiga sobre la cama. Ella lo observa con sorpresa, una grata sorpresa que la hace estremecerse. El se inca a los pies de la cama, y besa sus pies, la va besando poco a poco, besa sus piernas, suaves como el cielo de noviembre. Ella tiembpla, lo observa recorrer lentamente sus piernas, con sorprendente lujuria. Sube, llega a sus caderas y siente como se estremece todo el cuerpo de ella y su piel se vuelve arcilla seductora pidiendo que la moldee con la lengua.

Se estremece el cielo con el vaivén deseoso de la lengua de el recorriendo los obscuros secretos de la complacencia....

Sigue, besa su cintura seductora, su abdomen palpitante. Besa sus senos magníficos tallados en el flexible mármol de los sueños húmedos. Ella ríe complacida, deseosa de que la noche no se detenga. El siente la firmeza de la excitación bajo sus labios. Besa lentamente sus senos, moviéndose poco a poco hacia su cuello. El aromático cuello de esa hermosa mujer, sujeto de su deseo. Besa y muerde ese cuello. Y sin pensarlo mas, la besa en la boca, abriendo las puertas del cielo con la lengua.

Ella lo empuja violentamente mientras ríen ambos con picara complicidad. El la toma por la cintura y la vuelve a besar, ella se escapa de entre sus manos. Juegan a el ir y venir de la situación macabra de la sincronía. El la toma finalmente con firmeza suficiente par que su sonriente compañera no pude, ni quiera, escapar. La besa con pasión y descubre en ella el siguiente movimiento. La levanta con una fuerza que solo la libido puede dar y la penetra sin perder el contacto visual. El apagado rumor de las expectativas se va perdiendo en la sonrisa cómplice del hedonismo. El tiempo se detiene sobre los cuerpos desnudos, acariciándolos con envidia. Las manos de el se deslizan al unísono desde las caderas, por las espalda, hasta los hombros. Ella se estremece en sus manos y muerde suave y lentamente el cuello de su pareja. La penumbra los oculta del mundo, permitiéndoles existir en su burbuja de sexo.

El vaivén del deseo, el ir y venir de dos cuerpos deseosos del otro. La satisfacción de verse atrapados en la conciencia demencial del sexo. La habitación se derrite a su alrededor, todo desaparece mas allá de la piel húmeda de esos dos cuerpos. El deseo irrumpe con furia a través de las líneas que ya había dibujado antes. Los dos amantes se transforman en deidades infernales del pecado. Se elevan y descienden con lujuria por sus cuerpos, tensándose de lujuria redentora en cada palpitación de besos y abrazos.

Se desean. El la toma por la espalda, la devora desde dentro, la siente a su alrededor. Ella recorre su espalda con las uñas, le tatúa su nombre en el trasero. Las sensaciones de cálido confort se desbordan sobre los senos firmes de excitación, sobre la respiración pesada y sonora.

Se separan un instante, se ven a los ojos. Ella se recuesta completamente en la cama, el vuelve a entrar en ella. El ritmo deseoso de tiempo se reanuda en un mar de retumbes de corazones al unísono. Corazones al unisonó. Corazones al unisonó.

Ella se ve empujada sobre su espalda en un arrebato. El la contempla con una mirada penetrante. Recorre sus desnudas piernas con las manos impacientes y al llegar a su cadera la hace girar con fuerza. Se coloca sobre ella y la besa en peregrinaje desde los tobillos hasta la nuca. El besa la nuca, mientras sostiene sus muñecas con las manos, inmovilizándola unos instantes. Ella cierra los ojo para concentrarse en las sensaciones del tacto. Lo siente tendido sobre ella, piel con piel, esplendorosamente excitado, resarciéndose sobre ella para besarla con pasión. El se levanta

El deseo se aloja en las sensaciones de fiereza de quienes viven en el momento justo, en la punta de la lanza del hedonismo. La lanza es un símbolo fálico. Sexo. Ella se encuentra ahora sobre sus rodillas, temblando de placer con cada caricia. El la besa de nuevo, por la espalda, en sus caderas de leche. La toma firmemente por la cintura y vuelve a entrar en ella. El placer se deja escapar por la garganta de ambos. Los gemidos que anuncian un paraíso en construcción (cuidado, amantes trabajando). Se quieren y se desean. El la desea, y por eso la recorre, nunca deja de hacerlo, la recorre con las uñas, ligeramente. Sin hacerle daño, pero con firmeza y sin detener el baile sexual, explora su espalda con las uñas. Algunas veces vuelve a besarla en la nuca.

Se desean, se satisfacen.

Ella es quien se separa esta vez, dos o tres eternidades de intermedio. Se acuesta sobre su espalda, y lo atrae a hacia si misma con las piernas. El movimiento termina, de nuevo, en la conexión habitual del sexo. Hablando de sexo, lo importante no es ganar sino tenerlo. Descubren que la forma mas convencional de tener sexo es la mejor. Y se mantienen eternamente entre idas y venidas frenéticas, llenas de tequieros y el viento que entra por la ventana abierta.

Danzan como flores sexuales. El la besa, la muerde, la quiere, la acaricia y la penetra. Ella lo desea, lo siente, lo araña, lo envuelve, lo despeina y lo retuerce de placer. Todo a su alrededor se nubla, no importa nada mas que los instantes previos al final anunciado. El le susurra al oído un verso de Neruda, y luego improvisa un tequiero con voz profunda y temblorosa que se arremolina alrededor de ella como una vorágine de nirvana dentro de una epístola fugaz. Ella gime a las puertas del cielo con los espasmos que la situación amerita. Ambos aceleran el ritmo de sus corazones.

El tiempo se detiene, flota en el ambiente la cálida sensación de relajación. Las hormigas por la piel. Alcanzan la meta con dos segundos de diferencia, lo importante no es ganar, sino tenerlo. Los aromas se acrecientan frente a sus narices, las sensaciones se diversifican en un manantial de calma profunda. La penumbra que los cubre se separa un poco para que puedan observarse a los ojos como dos enamorados. Enamorados. El orgasmo los encontró en el frenético vaivén. La piel se estremece en pequeñas terminales nerviosas que trabajan al unísono. Se aman, se desean. Abrazados esperan que el pecado los alcance. Abrazados se dejan llevar por el mismo tiempo que dejaron atrás en su locura de placer, en su amor.