domingo, 26 de agosto de 2007

Impetu y Madrugada

El obscuro papel
que recubre un rostro
de demagogia
me llama al deseo
de devorar mis palabras

Las campanas suenan
con hambre protectora
ante la sonrisa sutil
de la nuevas catedrales
del cuerpo imperfecto.

Las apariencias engañan
mas de lo que deben.

Los ídolos agonizan
para renacer violentos
sobre las paranoias
del y frente a los otros.

Promover lineas rectas
para subir montañas
del santo pecado,
ilusiones o realidades,
todo es lo mismo.

¿Cuantas ideas bastan
para construir
todo lo que no quiero?

Facilitar las formas
es mas fácil
cuando lo creemos
siempre posible.

domingo, 19 de agosto de 2007

Parentesis

Clara camina sobre le burdo olor a hedonismo (alcohol, tabaco y sexo), mientras dentro de la casa todos reían sus propias perversiones. Cada palabra que escuchaba le parecía un silencio infinito. Todos los silencios, todas las palabras, están conectados en su insensata forma de hacerse daño. Quizás todo lo que necesitaba para saberse viva era un silencio, una palabra suprimida de la boca del inexistente destino, que no le dijera a donde ir.

Algunas veces se sorprendía pensando en aquel niño que vivía cerca de su casa cuando ella tenía 10 años. El si que era un maestro del silencio. Podía decir cualquier cosa, siempre que fuera importante, con un silencio. Mientras recordaba se dio cuenta que el jardín necesitaba mas cuidados y menos fiestas.

Conforme pasaba el tiempo el olor a tabaco aumentaba. El viento le acariciaba las mejillas como si la amara. Nunca había amado. No sabia lo que era, pero no le importaba, lo único que quería era estar sola porque nadie la entretenía suficiente tiempo. Ni siquiera el niño de los silencios. Bonito nombre para recordarlo, pensó. Varios años después escribiría un libro con ese nombre. En un futuro cuando volviera encontrar a ese amo de lo no dicho, en un futuro cuando lo viera morir. Pero no lo sabía aun.

El vaso que sostenía empezaba a sentirse mas pesado, la bebida y la gravedad se volvían mas amigas. Clara supuso que ya la noche le exigía respeto. Repaso mentalmente todas las cosas que odiaba. Una larga lista para un cabello tan corto, pensó con insistencia. Y recordó porque había aceptado a invitación a esta fiesta de sudor y olvido con resaca. Sonreía. Sonreía mucho mas en soledad, quizás porque era mas feliz sola. Alguien le dijo una vez, en un autobús, que su sonrisa parecía una telaraña de invierno. Y claro, se apela al ego de las personas y se les hace interesarse en una charla. Cuando quiso saber porque la analogía, resulto que lo que ella creyó que era un poeta (o en el peor de los casos un lector), en realidad era un vacío aprendiz de don Juan. Otra vida desechable, como solía llamarlos. En cada esquina hay una de esa. Tal vez dos, si la ocasión lo amerita. O en masa, en ocasiones/situaciones como esta fiesta.

Arriba, en el balcón de la segunda planta, una pareja se besaba con la pasión del odio. Estaban apartados del universo por su libido. El cuerpo humano esta hecho para el contacto, pensó Clara, esta hecho para adoptar formas que se acoplen perfectamente a otro cuerpo. Un beso como ese era solo un símbolo de que el ser humano no puede satisfacer sus deseos por si solo.

Dentro de la casa había una mezcla de vírgenes, incendios, dionisios y juegos de rol. La vida apuntaba hacia si misma. El sentido último de la vida humana es complacer. Como ritual de fertilidad, la mujer era el centro del hedonismo. Una fiesta como cualquier otra. Afuera, en el jardín, estaban las piezas de ajedrez que ya habían sido devoradas por el ímpetu de la indecencia (siempre relativa) de las festividades de la carne. Clara lloraba sin lágrimas, y sin saberlo.

Clara pensó en lo idiota que era todo eso. Todos pensando que sostenían la verdad absoluta sobre el secreto de la vida. Pero en su seguridad estaba su engaño. Creían engañar a la vida, pero eran ellos los engañados. Como Ulises y las sirenas. Y mientras tanto el cielo se despejaba. Las estrellas eran los mejores testigos del tiempo, aunque fuera solo una metáfora.

Clara sentía el sueño. El sueño era hermano de la muerte, según los griegos. Al mismo tiempo que ella había tres personas mas en el jardín. Dos mujeres charlando sobre la mejor manera de llegar a escribir la palabra amor sin faltas empíricas, y un tipo que dormía recostado sobre un muro. Lo veía con cierta curiosidad. Parecía demasiado cómodo. Hizo una analogía mental, casi instantánea, entre la irrespetable condición de la vida en transito que es la contemporaneidad y la impávida resolución de ese cuerpo inerte. No dormía como los ebrios lo hacen. Su sueño era más sobrio, pero la profundidad que parecía tener no era normal. Un sueño ensimismado, egoísta, un secreto. Siempre le habían atraído los secretos. Seguro soñaba con felicidad. La felicidad, otra de esas quimeras que nos quieren dar esperanza.

El parecía, a los ojos de ella, entender esas cosas que ella despreciaba. Le vino a la mente que quizás todo lo que ella odia es solo un malentendido. Nunca pensó que talvez no había comprendido algunas cosas, y que por eso las odiaba. Pero no, Clara sabia que toda lo que ella llegaba a conocer, también llegaba a odiar. Los secretos que la atraen, al ser descubiertos la empujan en dirección contraria y con la misma fuerza. Acción y reacción. La física siempre es una fuente interesante de metáforas, símiles y analogías. Lo volvió a observar. Tenia algo raro en los párpado, casi podía leer la historia de su infancia ahí. Estaba manchado con soledad.

Las fiestas traen a colación la naturaleza real de las personas. Puede ser que en ellas el superyo se vuelve solamente una marioneta, puede ser que la moral se vuelva una fantasía, y que las fantasías se vuelvan siempre sexuales. Todo tiene que ver con el sexo, Clara lo sabía. Pero no lo negamos. Por eso son tan fuertes los impulsos sexuales. Talvez el también lo piense así, pensó.

Avanzo. Lentamente, no quería tampoco arruinar el momento con prisas. Despacio por su cabeza pasaban posibilidades de números danzantes y soldados de plomo. Se sentía como una flecha que explora velozmente una jungla en dirección a un corazón. Seguramente porque ya tenía unas copas de más. Cada paso le tomaba uno o dos días, pero en esa noche eterna no eran mucho realmente. Su cabeza sentía como el llanto daba paso al silencio de la duda. Su memoria resoplo sobre la teología del momento. Eso hizo que se detuviera.

Sentía como el confort de ese tipo le clavaba alfileres bajo las uñas. Inmediatamente lo olvido. La fiesta aya parecía una insignificante bromas de los dioses del placer (hay muchos). El tumulto ya no le servía como fuente de pensamientos, le servía como música orquestal para su encuentro con ella misma a través de los ojos cerrados del durmiente. AHÍ ESTOY YO, pensó con la naturalidad de las epifanías. Estaba a media distancia entre su punto de partida y su mente. Pero ya no podía seguir. Era ELLA MISMA quien dormía frente a sus ojos. La existencia se resumía a eso, en cualquier caso.

Lo observaba para observarse a si misma. El tenia el cabello corto, ella también. El era delgado, como ella, pero en el era mas evidente. El parecía ser una persona de sonrisa fácil, pero abstraído en si mismo. Ella masticaba con sal el humor. Ambos vestían de negro, aunque de noche todos los gatos son pardos. Ella estaba despierta, en su infelicidad de Erostrato. El dormía en sueños de ICARO.

Cara continuo los pasos de dos días nuevamente. No quería despertarlo, porque entre las teorías que había manejado hasta ahora, pensaba que en realidad el soñaba con una mujer que se veía a si misma en un hombre dormido. Todos le tememos a la muerte.


A cada paso que daba se le revelaban mayores secretos. Y estos no la alejaban porque con cada revelación venían más incógnitas, como debería de ser siempre. Los zapatos de él atestiguaban el hábito de caminar. Seguramente llevaba un par de días sin afeitarse. Ella camina poco. Clara sentía las piernas débiles. Cada paso era una mezcla de absurdo obstáculo y voluntad. Las imágenes volaban antes sus ojos como proyecciones de un pasado que ya no era suyo. Incluso veía como encajaba el hombre dormido en su vida. Lo veía en otras memorias, siempre dormido, con la impávida virtud de la realidad en sus ojos cerrados. Cuando estaba por recordarlo con los ojos abiertos algo más se interponía, otro recuerdo que demandaba más atención. Pero si, ahí estaba. Lo veía de otra forma. Lo veía de pie, detrás de su padre el di que se fue de casa, junto al espejo de la sala de están en la casa de su amia que fue a vivir a París. Lo veía escondido en los ojos del niño de los silencios. Pero siempre incompleto, lo sabia despierto, pero no lo recordaba así. Solo ojos cerrados, labios gruesos. Pero siempre con la mirada inacabada.

Sentía ya su aroma a tesoro perdido. Sus piernas fallaron y cayó junto a el, afortunadamente en silencio, por aquello de el sueño y la muerte. El vaso que l había acompañado en su travesía paradójica derramo su vida sobre el césped. La impavidez del sueño era imperturbable. Lo observo intensamente. Cada centímetro de ese rostro era suyo. Cada diferencia era ella. Todo dejaba de tener sentido. La odisea de mil años terminaba ante el falso ídolo que era ella misma. Ya no quedaba nada de odio, no había espacio. Elevo la mirada al balcón y vio que la pareja que se besaba eran ellos dos. Por toda su espina dorsal retumbo violentamente un nombre. BRUNO, el dormido que atentaba contra su existencia. Sentía en los labios la sensibilidad de los besos. Extendió la mano para tocar el rostro del demonio que la poseía. Todo se detuvo. El infinito instante se prolongó como la persecución de Aquiles a la tortuga. Presencia eterna de un destino inalcanzable. Clara vio como los párpado se separaban para dejar ver unos ojos tan distintos a los suyos que solamente podían ser los mismos. Un mínimo instante se encontraron. El tiempo suficiente para que ambos conocieran otra existencia. Eran dos paréntesis que se encontraban. Ella se desmayo, pensando en que había derramado el licor mezclado con cloro, a partes iguales, que pretendía beber.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Cenizas de la tarde

El anímico humo
del tabaco dionisiaco
en la ambivalencia sutil
de los ojos de todos.

Cada palabra perdida
en el frenesí de la vida
despierta en el recuerdo
de los futuros dioses
hedonistas de la nada.

Intermedios de ojos rojos
sobre la mesa de noche
en el estático peregrinaje
de las arrugas de la cama.

El viento vuelve a sentirse
entre los dedos, las manos
y la voz de la mañana,
mientras todo lo demás
sigue inamovible.

El maravilloso olvido
se incendia al alba
bajo la mirada casual
de un sonriente deseo
de eterno retorno.

Siempre hay algo
que no hemos visto.

La neurótica rutina,
el bestial momento
de la locura imperfecta,
cada día mas viejos.

martes, 14 de agosto de 2007

Solitari sol

Concedo espacio a lo que quiero observar, cambio mis supuestos básicos para adaptarme a mi mismo. El querer se vuelve en el saber, y siempre es el mismo resultado. Esta ecuación, que es sin ser, se resuelve siempre dentro del mismo pensamiento obtuso. Obtengo lo que es, encontrando nada a mi alrededor. Soledad. así se resuelve el problema inicial, ese es el equivalente simplificado.
Condicionada por la entereza de lo absoluto, porque la soledad real es absoluta, se esconde entre multitudes de consecuencias. La movilización en esta situación se vuelve externa y simbólica. Correr para terminar en el mismo lugar. Siempre a la misma distancia de todo, siempre dos segundos mas lejos de lo que debería. La perspectiva que permite esa distancia bendice a las opiniones que se vuelven extranjeras frente a las comunes y al mismo tiempo extrañamente coherentes. Las pasiones se vuelven también distintas. Se vuelven direccionales y se mantienen relacionadas entre si según su movimiento.
Las pasiones que se despiertan desde un foco externo y sensual se vuelven débiles, pero con la posibilidad de la reconsideracion espontánea como prioridad. Lo interno y racional se vuelve primordial y constante, que se mantiene siempre dentro de sus limites y siempre en contacto con ellos.
La soledad mantiene al ser humano en un estado de equilibrio casi constante, pero solo cuando es absoluta (real) y cuando se logra comprender y asimilar. Pero la soledad también corroe. Se enraiza en los ojos y nos ciega, nos mantiene sobrios, pero puede llegar a darnos una sobriedad embriagante. Quien no sabe llevar la soledad se mantiene enfermo en su propia burbuja de negación y contradicciones.
El tener y el no tener se conjugan sobre el mismo objeto y con las mismas frases. La locura y sus imperantes soluciones dentro de un marco perfecto de lógica interna. La locura, amante trágico de la soledad. Y así se va el mundo, se va la luz de los ojos, y desciende la ambivalencia de este concepto. La poesía se conjuga con el infinito, la sangre se disuelve en suspiros no escuchados,
y el ser se envuelve en la nada. La soledad se sostiene a si misma en las manos ajenas, aunque esas manos tiemblen.